Todos los años la Tierra atraviesa el rastro de polvo y fragmentos dejados por el paso del cometa 2P/Encke, un cuerpo de 4,8 kilómetros de diámetro, o quizás dejados por la desintegración de un objeto aún mayor. Sea como sea, cuando el planeta azul entra en contacto con ese campo de residuos, lo que ocurre entre septiembre y diciembre, y entre mayo y julio, los restos arden en la atmósfera y causan la lluvia de estrellas de las Táuridas, una colección de destellos y estelas visibles por la noche o incluso durante el día. La mayoría de los años esta lluvia no se produce, pero en algunos años, como ocurrió en 2015, el fenómeno es muy intenso.
Los telescopios de la «European Fireball Network», situados en República Checa, Austria y Eslovaquia, estaban allí para observarlo. Después de analizar un total de 144 bolas de fuego o meteoros, científicos del Instituto Astronómico de la Academia de Ciencia de la República Checa pudieron concluir que el origen de los restos podría estar en la desintegración de un gran cuerpo, tal como han publicado recientemente en el portal arXiv. Pero lo que es aún más interesante, es que los datos de las órbitas indicaron que dentro del enjambre de las Táuridas debería de haber al menos dos asteroides de 200 o 300 metros de diámetro, así como varios cuerpos de decenas de metros. En caso de impacto contra el suelo, ambos podrían provocar daños extremadamente importantes.En verde y amarillo, Táuridas detectadas en 2015. En negro y rosa, órbitas de dos grandes asteroides- P. Spurny et. al, (2017)
Según la investigación, en los años en los que las Táuridas son más intensas, el planeta atraviesa una población de objetos que hasta ahora había pasado desapercibida y en la que hay cuerpos de 0,1 gramos a 1.000 kilogramos que tienen distintas densidades. Pero además de estos, los astrónomos están «casi seguros» de que ahí «arriba» también está el asteroide 2015 TX24, «muy probablemente» el 2005 UR y «posiblemente» el 2005 TF50. Estos tres son clasificados por la Unión Astronómica Internacional como asteroides potencialmente peligrosos (NEOs, en inglés).
«Cada pocos años (en los que las Táuridas son más intensas) la Tierra atraviesa este grupo de objetos durante unas tres semanas. Durante ese tiempo, la probabilidad de impacto de un asteroide considerable (de decenas de metros) aumenta significativamente», han escrito los astrónomos en un comunicado.
Según han asegurado estos investigadores, el planeta volverá a atravesar ese campo de restos en 2022, 2025, 2032 y 2039.
Daños «extremadamente importantes»
¿Qué podría pasar? «Incluso aunque sean cuerpos poco compactos y frágiles, los objetos de ese tamaño pueden penetrar en la atmósfera y suponen un riesgo para el suelo», han alertado.
Y no se trata de una cuestión menor. «Estos objetos potencialmente dañinos pueden ser lo suficientemente grandes como para provocar daños significativos a nivel regional o incluso a nivel continental. Y por eso su capacidad de dañar es extremadamente importante».
Estos asteroides son muy difíciles de observar, porque reflejan poca luz del Sol, pero los astrónomos han defendido la necesidad de buscarlos con instrumentos más potentes para tratar de mantenerlos vigilados.
Otro de los fenómenos que dificultan la detección de las Táuridas, es que forman parte de una gran población de restos muy desperdigados, lo que explica que la Tierra tarde meses en atravesarlos. Además, la influencia gravitacional de los planetas, en especial del gigantesco Júpiter, las han separado en segmentos diferentes, lo que explica que la lluvia de las Táuridas ocurra en dos períodos diferentes del año.
¿La causa de la gran explosión de Tunguska?
Si se produjera un impacto, no sería necesariamente la primera vez. Los astrónomos Duncan Steel y Bill Napier sugirieron que alguno de los cuerpos de las Táuridas fue el causante del evento Tunguska, ocurrido en 1908. Por entonces, el impacto de un asteroide devastó 2.000 kilómetros cuadrados de bosque en Siberia e iluminó las noches del norte de Europa, Asia y algunas zonas de Estados Unidos.
Se cree que un objeto de unos 37 metros de diámetro entró en la atmósfera a una velocidad de 53.900 kilómetros por hora, y que estalló a unos 8.500 metros de altitud. La explosión liberó tanta energía como 185 bombas de Hiroshima, de modo que está más que claro que si el suceso hubiera ocurrido en una zona más densamente poblada, las víctimas se habrían contado por decenas de miles.
Fuente: www.abc.es
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